Canarias, especialmente Gran Canaria, está atravesando una larga etapa de años de estancamiento en su crecimiento económico que ha arrojado a las listas del paro la estremecedora cifra de unos 330.000 individuos, un 30% aproximadamente de su población activa. Por supuesto que la crisis económica generalizada ha tenido algo que ver en este estancamiento de la economía canaria pero, no obstante, no es la razón básica de ese estancamiento; la razón fundamental del parón del crecimiento económico de Canarias radica en el despiadado intervencionismo que sucesivos Gobiernos canarios han practicado sobre la economía a través de leyes y disposiciones que han convertido las Administraciones canarias en una verdadera jungla burocrática que resulta insalvable para quienquiera que pretenda involucrarse en inversiones en Canarias, especialmente, repito, en Gran Canaria.
Como leyes determinantes que han cercenado el crecimiento económico de Canarias podemos citar la “Ley de Directrices” de 2003, llamada la “Moratoria Turística”, que congeló todo crecimiento de la oferta turística canaria y se prolongó hasta el 2009, año en que fue sustituida por la “Ley de Medidas Urgentes”, una repetición de la “Ley de Directrices” en plena crisis internacional, en lo que al desarrollo turístico se refiere, con algunas excepciones de desarrollo de muy escaso realismo en la práctica y, por tanto, nulas. Esta última ley sigue estando en vigor en el día de la fecha y sigue manteniendo el crecimiento económico estrangulado y la tasa de paro se mantiene casi inalterable en unas 330.000 personas.
¿Qué las leyes relacionadas con el turismo y el territorio que han venido saliendo en los últimos años del Parlamento de Canarias, especialmente las dos citadas en el párrafo anterior, estaban cargadas de buenas ideas? Es posible que las ideas fueran buenas pero los resultados en las dos últimas décadas, especialmente para Gran Canaria, han sido demoledores por lo que no se puede llegar a otra conclusión más a que las leyes no han sido buenas y las ideas que las han sustentado han sido pésimas, ya que las citadas leyes congelaron y cercenaron el desarrollo de los sectores TURISMO/CONSTRUCCIÓN, las dos actividades fundamentales de la economía canaria, ligadas al suelo, que ha redundado en que la tasa de paro ronde el 30% de la población activa y que Gran Canaria haya perdido el liderazgo como destino turístico de primer orden en invierno por falta de suficiente oferta hotelera de calidad que pudiera competir con la abrumadora oferta de Turquía, Medio Oriente, el Norte de África e incluso Tenerife. Podemos aseverar sin margen de error alguno, pues ahí están los datos que hablan por sí solos, que Canarias ha sufrido, y sigue inmersa, en una EPIDEMIA DE MALAS IDEAS.
A continuación reproduzco el artículo de Moisés Naím, “EPIDEMIA DE MALAS IDEAS”, publicado en el “enlacejudío.com” el 10 de julio del año en curso, cuya lectura recomiendo a toda nuestra clase política y empresarial, especialmente a aquellos que tienen que ver con el planeamiento de la economía de las Islas.
Las Palmas de Gran Canaria, 2 de octubre de 2011.
MOISÉS NAÍM (Fuente: "enlacejudio.com)Epidemia de malas ideas
Por Enlace Judío el 10 julio 2011 en Editoriales, Reflexiona0 Comentarios
MOISÉS NAÍM
10 de julio 2011- ¿Caerá Grecia? ¿Se llevará consigo al euro? ¿Qué sucede si Pakistán entra en un caos político, o si las revueltas árabes producen incontenibles oleadas de refugiados hacia Europa? ¿Qué es más amenazante para la estabilidad de la economía mundial: un eventual estancamiento de China o la explosión de la deuda pública en Estados Unidos? El mundo está lleno de fragilidades y las noticias nos lo recuerdan a diario. Pero también hay otro tipo de fragilidad que, aunque menos visible, puede ser igual de peligrosa: la fragilidad intelectual.
Planes espurios se convierten con frecuencia en decisiones políticas Nuestros dirigentes siguen seducidos por imposturas intelectuales
Me refiero a la creciente frecuencia con la que las malas ideas se transforman en decisiones que nos afectan a todos.
Los gobernantes siempre se han mostrado vulnerables a la seducción de las malas ideas, muchas veces potenciadas por intelectuales, periodistas y otros actores influyentes. Pero ahora, las nuevas tecnologías, la globalización y la creciente presión para responder con rapidez y audacia a los problemas -muchos de ellos sin precedentes- han acentuado esta fragilidad. Las malas ideas se popularizan y se esparcen rápidamente por el mundo, antes de que aparezcan sus defectos. Y lo que es peor: enfrentados a las crisis (políticas, económicas, militares), los líderes se ven cada vez más tentados a apostar en grande -vidas, dinero, capital político- basados en ideas espurias. La invasión de Irak es un buen ejemplo, como lo son también la reacción inicial a la crisis económica mundial o, más recientemente, a la de Grecia.
Esto no es nuevo. La historia está salpicada de teorías que se ponen de moda e inspiran políticas, para terminar siendo refutadas o reemplazadas por otras. Algunas, como el comunismo o el fascismo, son construcciones ambiciosas, que proponen una visión total del mundo. Otras son más modestas en su alcance. La teoría de la dependencia, la curva de Laffer popularizada por Ronald Reagan, la presunta superioridad de la cultura gerencial japonesa o la idea de que es inteligente invertir grandes sumas en compañías de Internet sin ingresos fueron conceptos populares, luego demolidos por la realidad.
Igualmente hay buenas ideas que, después de ganar cierta notoriedad, son ignoradas porque resultan políticamente onerosas.
La crisis económica puso sobre la mesa la necesidad de dotar al mundo de una “nueva arquitectura financiera”. Hoy la necesidad sigue en pie, pero la propuesta ha pasado de moda y ya no cuenta con el apoyo que tenía durante el clímax del pánico financiero.
Si bien el ciclo nacimiento, apogeo y descarte (algunas veces incluso resurrección) ha sido una constante histórica de las ideas que influyen sobre grandes decisiones, su duración se ha abreviado. Esta aceleración se traduce en la volatilidad de las políticas, en detrimento de la adopción de alternativas más sólidas y duraderas.
La creciente necesidad de respuestas para problemas tan nuevos como amenazantes aumenta la probabilidad de que malas ideas se transformen en decisiones. A los jefes de empresa se les exige más resultados y más rápido; los dirigentes políticos se enfrentan a electorados cada vez más impacientes, los funcionarios están obligados a improvisar respuestas a emergencias sin precedentes… Así, las “soluciones milagrosas” e instantáneas se imponen a buenas propuestas que tardan en dar frutos. Aunque tarde o temprano las malas ideas quedan en evidencia y son descartadas, algunas duran lo suficiente como para causar grandes daños. Y cabe el riesgo de que sean sustituidas por una nueva “buena” idea igualmente engañosa y efímera. Un círculo vicioso. Esta volatilidad intelectual es amplificada por las nuevas tecnologías de la información. Si bien la rapidez y la comodidad con las que nos comunicamos facilitan el escrutinio y la crítica de ideas y propuestas, no es menos cierto que el volumen y la velocidad de la información que circula por estos canales superan nuestra capacidad de discernimiento, aprendizaje, ponderación y reacción. En medio de un flujo continuo de datos, es imposible discriminar el ruido de todo lo demás. Qué idea es válida y qué crítica es ilegítima, tendenciosa o errónea. En este caso, a menudo, más es menos: cuanto más debate, menos claridad. Tanta información aumenta los costes de averiguar a qué y a quién creer.
Como pasa con muchos problemas, la fragilidad intelectual de estos tiempos no tiene remedios simples. Es inevitable que nuestros dirigentes sigan siendo seducidos por imposturas intelectuales, con los consabidos resultados indeseables. Pero, como lo han demostrado tanto los ataques terroristas como la crisis financiera, el primer paso para ser menos vulnerables a los encantos de las malas ideas es reconocer nuestra preocupante propensión a adoptarlas. Es tan prioritario estar alerta a la creciente influencia de las malas ideas como a los terroristas suicidas o a las letales innovaciones financieras.
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